10 años después de una primera reflexión, una secuela...
Habiendo vivido la transición metodológica de los rodajes, sin walkie-talkies, ni correo electrónico o teléfonos móviles, hasta la llegada de lo digital, los LEDs y la comunicación instantánea, me permito hacer alguna observación.
En algunos rodajes he llegado a sentir una demanda exclusiva y casi permanente por la puesta en escena o los ensayos mecánicos, donde las aportaciones técnicas se reducen a acciones puntuales, que no están necesariamente reguladas. A menudo se las exige de forma apremiante, con la sensación de no ser más que un obstáculo en lugar de una colaboración apreciada.
Cuando un foco estaba hecho de tungsteno, caliente, potente, para ajustarlo era necesario intervenir entre plano y plano y en el mismo plató. Los eléctricos debían estar presentes, atentos, y con iniciativa para participar en cualquier momento.
Para los asistentes de cámara, primero era necesario medir la distancia con una cinta métrica, y luego, durante las tomas, un segundo asistente podía afinar la precisión colocándose perpendicular al eje de la cámara.
Casi todos los equipos estaban presentes, o no muy alejados.
Con el avance tecnológico, hemos ido eliminando toda una categoría social en el plató, quedando permanentemente disponibles solo por enlace sonoro [1] (ver el artículo sobre este tema).
Ahora es posible regular casi toda la luz desde una simple tablet o teléfono móvil. Este avance cómodo tiende a hacernos olvidar, o incluso puede hacer insoportables las intervenciones técnicas.
Ahora nos conformamos principalmente con valorar y comentar las imágenes instantáneas proporcionadas por los monitores [2].
Inevitablemente perdemos pie con la realidad que impone la técnica, y también sus condicionantes, ya sean de accesibilidad (distancia, escala, etc.), de clima (lluvia, viento, nubes…), de información (la implicación no es la misma para todo el mundo).
Incluso como jefe de equipo, esta “desmaterialización” digital de las relaciones puede generar una impaciencia injustificada y, muchas veces, mal soportada.
La consecuencia más dañina es la división social resultante. Ya no hay “lucha de clases” (en el sentido noble de diálogos y negociaciones que eso implica), ahora excluimos las clases que ya no queremos, o al menos, su presencia en el plató.
Igual que en muchas empresas, donde la deslocalización o la subcontratación de ciertas categorias funciona desde hace más de 40 años.
Las normas de comunicación y comportamiento también se han "normalizado". Ahora intercambiamos por email, whatsapp o teléfono, pero ya casi no hay anuncios en voz alta ni debate colectivo, incluso se hace difícil saber si "se está rodando" o no, muchas veces se pide silencio pero ya no necesariamente se anuncia el fin de los ensayos o las tomas. [3]
. Ya no hay tantas bromas, gritos o risas, todo tiene un carácter de "espacio abierto" pulcro y riguroso. Esta exigencia tácita de expresarse como los ejecutivos quieren, hacer que se sientan cómodos con su discurso y con las herramientas digitales, deviene en la creación de una frontera social [4].
Se podría establecer un nexo de causalidad entre la desaparición de los trabajadores en el set [5] y su representación en pantalla. Cuando aparecen, suelen estar asociados a la pobreza u otros clichés (a veces muy tendenciosos). ¿Es esa la representación de las clases trabajadoras que tienen ahora las clases sociales dominantes? Los temas de las películas/series y la organización de sus emisiones están también condicionadas por estos cambios [6].
Sin embargo, era ese pluralismo lo que constituía la verdadera riqueza de un plató.
La creciente importancia de lo económico no favorece la cohesión de un equipo.
Este hecho es tanto más paradójico a medida que el misterio en torno a la financiación presupuestaria se hace más opaco en cada proyecto. Sabemos cada vez menos en qué marco económico operamos (y nunca de manera suficientemente transparente...).
Algunos puestos técnicos se involucran en el proyecto en el último momento y se les pide que estén inmediatamente operativos, a riesgo de no poder sino "rellenar" solo las habilidades ya asumidas, y dando muy poco espacio a la investigación y desarrollo debido al escaso tiempo asignado. Muchos no hacen toda la "preparación" y es imposible armar todo el proyecto en unos pocos minutos u horas.
Parecen existir sólo dos categorías, el "cuándo y cuánto" y el "qué y cómo".
Escuchar "¿en cuánto tiempo?", "me estoy impacientando" o "¿qué es lo que estamos esperando?" no son necesariamente las preguntas o comentarios más constructivos.
Es urgente revisar la brecha social que la organización digital del trabajo está estableciendo, y volver a la colaboración verdaderamente colectiva.
El cambio profundo digital, los LEDs [7], las difusiones, requeriría no solo fundamentales reflexiones técnicas, tanto metodológicas como estéticas, sino también pensar en las consecuencias sociales que inducen.
"En una época en que el único criterio es ahorrar tiempo, reflexionar tiene un solo defecto, el de perder el tiempo..."
Yvan